martes, 29 de abril de 2014

Neurosis Religiosas

Un artículo de Luis Alberto Guiguí 



En el que hacer psicológico terapéutico, una de nuestras principales tareas es acompañar y ayudar a nuestros pacientes para que solventen sus propios problemas.  Uno de ellos, sin temor a equivocarme, son las neurosis. 

Podríamos definir las neurosis como una afección en el sistema nervioso que provoca  consecuencias en el manejo que una persona tiene de sus emociones, lo cual la lleva a desarrollar una patología que le impide crear empatía con el medio.

Según lo definió Freud una conducta normal es aquella que permite que una persona goce de salud mental, es decir que la persona cuenta con una participación consciente y activa en lo que se refiere a aceptación de su realidad, sin acudir a la negación u otros recursos para crearse una realidad que le sea más soportable, y además, este individuo actúa para transformar su vida de forma objetiva y no sólo imaginativa. Una persona neurótica, en cambio, hará uso de la negación para evitar hacer frente a una vida que le duele o que no le agrada.

Es necesario aclarar que existe una doble significancia sobre este concepto: por un lado se lo denomina como un síntoma de distintas alteraciones de la psiquis relacionadas con la ansiedad; por el otro, en el habla coloquial aparece como sinónimo de un cierto estado nervioso o incluso como sinónimo de obsesión.

Una persona que padece neurosis presenta una forma de actuar insana, es incapaz de analizar fríamente su entorno y buscar soluciones, entonces se queda dando vueltas en un círculo y acude a la negación para no aceptar lo que la perturba.

En otras palabras una persona que padece neurosis  es, simplemente, una persona que sufre.  Alguien que tiene un  “dolor emocional excesivo”, con las secuelas conductuales correspondientes. Este dolor puede manifestarse de muchas maneras -ansiedad, depresión, fobias, agresividad, hiperactividad, celos, dependencias, obsesiones, miedos, etc.-, pero, en general, todas ellas pueden remitirse a un origen común.

PRINCIPALES CAUSAS DE NEUROSIS

Según comentan los especialistas, la gran mayoría de neurosis son causadas por la familia, especialmente por los padres, así como por las instituciones que representan autoridad, ya sea en el ámbito moral, académico y sobretodo espiritual.  Por ese mismo motivo, la segunda principal causas de neurosis es: La Iglesia.

A las neurosis generadas por la Iglesia son conocidas como: Neuras eclesiogénicas. Este tipo de neurosis está íntimamente ligada con la imagen de Dios que manejamos.  No siempre el Dios que nos enseñan en casa, colegio o Iglesia, es la imagen que nos presenta Jesús; sobre todo si esta imagen hace que sintamos una culpabilidad malsana, o neurótica, esta será la primera neurosis que revisaremos.  En la Iglesia Católica el sacramento de la reconciliación nos invita a que libremente nos reconozcamos con pecado y arrepentidos busquemos el perdón de Dios.  Pero ¿qué pasa cuando vemos pecado en todo? Es allí cuando caemos en la culpabilidad malsana.

Esta culpabilidad está lejos de ser un verdadero arrepentimiento, ya que actuamos más por culpa y por miedo que por verdadero arrepentimiento.  Tememos tanto condenarnos que vemos pecado en todo, en pensamientos, sentimientos, acciones.  Allí vemos a Dios como un dictador cruel que espera cometamos un error para condenarnos al fuego eterno ¡Cómo si Dios fuera eso!

Otra de las neurosis religiosas es el llamado Síndrome de Urías  Este lo pasan todos aquellos que pertenecieron a una congregación o grupo religioso, y por distintas causas se retiran.  Nos sentimos desesperadamente desamparados por las comunidades eclesiales que de las que uno razonablemente esperaba apoyo en los momentos de crisis.  Si pertenecimos a ese grupo o congregación, al retirarnos, se pierde la pertenencia, por lo tanto se espera que se considere como laico, y no se juzgue como si estuviera dentro. 

La última neurosis que revisaremos es el llamado Infantilismo eclesial.  Alguna vez ¿hemos tratado de ponernos nuestro traje de primera comunión? Seguramente si lo intentamos no nos quedará.  Lo mismo sucede con la fe, muchas veces en la relación con Dios nos vemos como niños que no son capaces de pensar o decidir, como sumisos ante un dios que maneja nuestra vida.  En ocasiones somos el “Buen ciudadano” que  no responde, es un ser servil, que delante de la autoridad eclesial no responde ¡Hasta la razón le da a lo que le quita la vida!  Actúa con miedo y sin libertad.

Hoy a la luz del Concilio Vaticano II hemos ido superando mucho de esto, pero todavía tenemos tareas pendientes, como superar la Misoginia eclesial, que disminuye el papel de la mujer en la Iglesia.  A lo cual la teóloga Teresa Forcades dice: “Si las mujeres de la Iglesia se pusieran de acuerdo, esto cambia en 24 horas”.  Es hora que no sólo las mujeres, sino los hombres, cambiemos esa imagen de Dios que no nos ayuda, es más nos condena, y lo veamos cómo lo presentó Jesús, como un Padre pero también como una Madre, que no condena, sino acoge, que no rechaza, sino que sale al encuentro del hijo que se fue.


Esta culpabilidad está lejos de ser un verdadero arrepentimiento, ya que actuamos más por culpa y por miedo que por verdadero arrepentimiento.  Tememos tanto condenarnos que vemos pecado en todo, en pensamientos, sentimientos, acciones.  Allí vemos a Dios como un dictador cruel que espera cometamos un error para condenarnos al fuego eterno ¡Cómo si Dios fuera eso!


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